sábado, 11 de abril de 2009

El voyeur IV

¡Me estoy volviendo descuidado!

No puede ser, descuidos como el de hoy no deben repetirse. A este paso nos pillan. Digo “nos” por que creo que a ti también está empezando a gustarte este juego. Pero mejor empiezo por orden que si no me lío.

Creo que la culpa fue de la luz de encendido. De otra forma no hubieses ni sospechado que la cámara estaba allí. Yo la había escondido como en las otras ocasiones; tras la rejilla que hay encima de las taquillas, justo apuntando a tu ducha favorita (nunca le agradeceré lo bastante al diseñador que decidió que las duchas sin puerta son más adecuadas para los gimnasios). Cuando pasé a recoger horas después, la rejilla no estaba en su lugar y la cámara se encontraba apagada.

El camino a casa se me hizo eterno. No quise comprobar lo grabado hasta estar a solas en la intimidad de mi cuarto. Quería poner toda mi atención en tu mensaje. Por que si encontraste la cámara, solo podías ser tu, estaba seguro de que dejarías un mensaje. Una amenaza, un insulto quizá, esperaba cualquier cosa... o eso pensaba. Tan pronto llegué a casa subí a mi cuarto, ignorando las voces de mi familia que pretendías entretenerme con las tonterías de siempre. Conecté las cámara al ordenador y me preparé para lo peor.

Oscuridad.
Se hace la luz y una cara aparece llenando la pantalla; es un joven de no más de dieciocho años. Soy yo.
Me giro y compruebo que la cámara está correctamente enfocada. Unas manos, obviamente las mías, colocan la rejilla y se aseguran de que esta apenas estorbe la grabación. Desaparezco de escena.
Varios minutos de vestuario vacío. Algunas monitoras entrando a cambiarse para las clases o duchandose tras ellas.
Apareces tu. Ni siquiera buscabas la cámara; entras tan tranquila, intercambias unas palabras con otra de las monitoras que ya salía, te diriges a tu taquilla con lentitud, te sientas en uno de los bancos para desvestirte (hoy ha debido de ser un día muy intenso), levantas la vista para echar una mirada casada por la sala y, de repente, tu vista queda clavada en mí. ¡Has encontrado la cámara!
Acercas el banco a la taquilla, apartas la rejilla y tu cara llena la pantalla, tal como minutos antes hizo la mía. Tus manos tapan tu gesto de sorpresa e indignación.
Oscuridad.

Cambio de plano.
Al parecer habías apagado la cámara y ahora la enciendes de nuevo.
Hablas directamente al objetivo con el aparato en la mano:

-¿Muy bien, hijo puta! ¿Querías verme? ¿Te gusta pajearte viendome desnuda en la ducha? Pues te voy a dar un espectáculo que no olvidarás fácilmente. Espero que viéndolo te la menees tanto que se te caiga a trozos.

¡Coño! Me has dejado helado. Además; a uno no se le cae la polla por hacerse demasiadas pajas, ¿verdad? Dime que eso no pasa, por favor.

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