domingo, 26 de julio de 2009

El Voyeur VIII - El encuentro (segunda parte)

Va recorriendo su pecho con besos y caricias, acercandose lentamente a la cintura. Se entretiene con el ombligo mientras sus manos continúan la tarea de despojarlo de su vestimenta. Pronto el pantalón y los calzoncillos se reúnen con la bata y la camiseta en el suelo. Los zapatos parecen haber desaparecido solos en algún momento.

Ahora las atenciones de la mujer recorren toda la piel del joven en oleadas. Caricias suaves del cuello a los pies, incitantes mordisquitos de los pies a la cabeza, arañazos por el pecho, lametones en las orejas. Leves gemidos, semejantes a ronroneos, acompañan toda la acción. Resultaría difícil saber quien de los dos los emite en cada momento.

La monitora se coloca a un lado del banco para continuar su clase particular y, al mismo tiempo, dedica una mano a desprenderse de su propia ropa. Un instante después ya se encuentra de nuevo a horcajadas sobre su voluntario esclavo sexual. Con mano experta sostiene su miembro erecto mientras se va sentando sobre el para sentirlo en su interior, controlando la velocidad y prolongando la experiencia hasta que el joven parece enloquecer y comienza a empujar con las caderas, ciego de deseo, hasta que ella se posa completamente y lo inmoviliza con su peso.


-No, no, no
-lo reprende con una sonrisa en los labios-. Esta es mi función, tu debes estarte quieto y disfrutar. Si continúas portandote mal me tendré que marchar. ¿Es eso lo que quieres?

Sin esperar respuesta comienza un rítmico movimiento con las caderas y la espalda, como una amazona cabalgando su montura favorita. El chico se agarra al banco con fuerza y resiste como puede sin responder con nuevos movimientos.

-Mmmm, que bueno. Ah, me encanta.... Los yogurines... la tenéis tan dura
-El ritmo de las caderas se va acelerando-. Hoy eres mio, puedo hacerte lo que quiera. Hasta ahora me mirabas pero... ¿Qué? ¿Que coño...?

El movimiento se detiene y el placer se ve sustituido por la decepción en el rostro de la mujer.

-Yo, no se que ha pasado. Te mueves de una forma...
-El rostro del chico se puesto colorado y apenas alcanza a explicarse-. Ya no aguantaba más. Esas caricias, ese ritmo salvaje...

-Hay que ver lo poco que aguantas.
-Se inclina sobre su balbuceante compañero y toma algo del mismo bolso que contenía las esposas-. Esperaba que con la de pajas que te habrás cascado viendo mis videos no te correrías tan pronto. Menos mal que vengo preparada.-Le muestra el objeto que ha tomado.

-Siento haberlo estropeado. Llevo semanas soñando con estar junto a ti.
-Mira alternativamente a la mujer que se ha deslizado hasta sentarse en el banco entre sus piernas y el objeto, un consolador, que esta sostiene en alto-. No sabes lo que me duele ser tan torpe que por mi culpa tengas que terminar con un vibrador lo que yo no pude terminar. Quisiera poder hacer algo para compensarte.

-Me alegra que digas eso
-chupa un instante el jueguete erótico mientras acaricia el paquete del chico-. Por que yo no me la estoy jugando para acabar follandome una polla eléctrica. -aprieta con la mano de las caricias haciendo que su acompañante levante las caderas de respigo, y aprovecha el movimiento para introducirle el consolador hasta el fondo.

-¡Aaaah! ¡Jodeeer! ¿Estás loca? ¡Quitame eso, quitamelo!
-Se remueve e intenta erguirse.

-Shhhhh.
-sonríe de nuevo y lo vuelve a empujar para acostarlo mientras ella retoma la posición sobre su polla-. No vaya a escucharte alguien y nos interrumpa. Tu mucho quejarte, pero mira -le señala la entrepierna, donde el pene vuelve a lucir una erección-. Tu amiguito bien que se alegra.

jueves, 23 de julio de 2009

El Voyeur VIII - El encuentro (primera parte)

El gimnasio está en silencio. La mayor parte del personal ha dejado ya las instalaciones para desplazarse al local en el que celebrarán el fin de las inscripciones masivas para la “Operación bikini”, la temporada de más trabajo en la empresa. Un joven, con la bata de limpiador, se desplaza por las salas intentando no hacer ruido, acercandose a las duchas de los monitores.

-Hoy aprovecharé la desbandada general para recoger la cámara con mayor tranquilidad. Aunque siempre está el riesgo de que me pille quien se haya quedado a cerrar el local. -Piensa.

El chico entra en la sala de ducha de las profesoras. Aquí se mueve con soltura, como sintiendose a salvo de los peligros existentes en los pasillos. Mientras está tanteando la parte superior de una de las taquillas no percibe una silueta que se acerca a su espalda hasta que, recogido el objeto buscado, se gira para encontrarse de frente a una de las mujeres que cada día guía a los clientes en agotadoras sesiones de aerobic, step y similares. Por poco no deja caer el aparato que sostiene.

-¿Qué haces aquí?

-Esperarte -la voz de ella suena segura y un tanto burlona-. Sabía que hoy tampoco faltarías a nuestra cita -dice señalando la cámara que el joven ha vuelto a sujetar con firmeza-. Por eso me ofrecí para quedarme a cerrar. Estamos solos en el local, podemos hacer todo el ruido que nos apetezca.

Posa un dedo en la clavícula del muchacho y lo desliza lentamente hasta el primer botón de la bata, lo desabrocha y continua hasta el siguiente, y el siguiente...

-¿Estas segura de que somos los últimos? -parece debatirse entre el miedo a que los descubran y el deseo de que ella cumpla las promesas que puede leer en su mirada lujuriosa.

-¿Como voy a estar segura? -sonríe traviesa-. Llevo casi media hora sin salir de aquí. Quizá quede algún rezagado, pero eso es lo mejor ¿No te parece?


Le ha terminado de soltar la bata y pasa desnudar del todo su torso haciendo que se quite de una sola vez el resto de ropa pasandola por la cabeza. Él comienza a reaccionar e intenta combinar besos con torpes maniobras para quitarle el top, que concluyen cuando es conducido al banco cercano y unas manos firmes le hacen tumbarse de espaldas.

-Creía que preferías ser la que se acuesta.

-Y yo creía que íbamos a follar, no a charlar -el comentario consigue frenar cualquier réplica.

Pasa una pierna sobre el cuerpo de su pareja y se sienta sobre el estomago de su compañero.
Cuando este intenta corresponder a sus caricias, le toma las manos y las lleva hacia abajo, cerca del suelo. Se escucha un leve ruido metálico y, cuando se incorpora de nuevo, el chico no puede hacer lo mismo; unas esposas la mantienen a salvo de caricias indeseadas.


-¿Qué cojones...? -Se mira las manos incrédulo.

-Sssshhh -lo empuja suavemente para que apoye de nuevo la espalda en el banco-. Tengo esto planeado y no quiero que me interrumpas. Es como una coreografía, un paso en falso rompería la magia.