martes, 7 de abril de 2009

El voyeur I

¡Lo hice! Por fín he superado mis temores y me quedé a verte.

Sabía que sería un espectáculo inolvidable; no me decepcionaste.
Llevaba meses fijándome en ti. En realidad desde que comencé a trabajar limpiando el gimnasio. Siempre que quedo embobado mientras diriges las clases de step, aerobic, mantenimiento,... Encadenas una con otra enfundada en tus mallas y un top tan ceñidos que parecen no dejar nada a la imaginación. ¡Hoy he podido comprobar que no es así!

Durante la espera me retorcí en el
reducido espacio. Las dudas y los miedos me asaltaban de nuevo. Ya casi estaba decidido a renunciar cuando entraste. No había marcha atrás.

Vi como sacabas algunas cosas de tu taquilla (cercana a la que utilizaba para ocultarme), y las colocabas en los bancos que hay en medio del cuarto. Comenzaste a desnudar tu cuerpo: ese top tan ajustado que tus pechos, visión celestial, no necesitan otra sujeción; despues, las mallas; por último, las bragas, colorida explosión de estampados, bajo la que apareció la frondosa selva en la que deseo perderme.

¡Es tan magnífica tu desnudez! Ni siquiera las prendas ajustadas hacen justicia a la perfección de tu figura.

Entraste en la ducha y abriste el grifo. ¡Dios mío! Cuanta belleza hay en verte desnuda mientras el agua templada corre por tu cuerpo, llevándose el cansancio y el sudor. Incluso desde mi escondite noté como los músculos se relajaban bajo tu piel. Al poco comenzaste a utilizar la esponja. Tuve que morderme los labios para no jadear mirando como te frotabas con delicadeza los pechos, los brazos, el cuello, ese culito tuyo tan lindo, tu coño oscuro y que yo imagino insaciable, ... Sentí la locura del deseo empujarme a salir y hacerte mía en ese mismo instante; me acercaría a ti entre el vapor, aprovechando que te girases para sentir el agua en la cara, y te pondría una mano en la boca mientras te follaba salvajemente, esforzandome por hacerte daño con mi polla, que pones dura como una barra metálica. Únicamente me contuvo el saber que se rompería el hechizo del momento, la magia que envolvía el vestuario con tu sensualidad.

Para cuando te vestiste, con esa ropa fina que usas fuera de aquí, yo también necesitaba cambiar mi ropa interior.

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